Educar para la felicidad.

Educar un hijo para la felicidad no para el Nobel.



Mi hijo es un ser humano lleno de energía que se despierta con la adrenalina de un maratonista profesional y se duerme en plena carrera. Su mente acompaña al cuerpo en movimiento: le gusta aprender, hacer por él mismo, desafiar los límites y posibilidades de su anatomía y su entendimiento. Quizás es una regla inefable del destino, las desmesuradas tenemos hijos intensos.


Los niños son intensos...



En estos cinco años escuché muchas opiniones respecto al tema de los niños de alta demanda. Me han mirado con suspicacia creyéndome otra primeriza desbordada por la maternidad. Me han dicho que, por definición, todos los niños son intensos. Y que "la intensidad" responde a un problema de percepción. Juro que, aunque me costara en el alma, delegaría temporalmente la crianza de mi hijo a cualquiera que sostenga este postulado. Quien quiera probar su teoría puede convivir 24 horas con Camilo. Luego de ese tiempo, nos sentamos y discutimos si sigue pensando que tengo un problema de percepción de la realidad. Quizás, con la experiencia como factor común, podemos reflexionar sobre la mejor forma de educar un "spirited child".


Educar para la felicidad.



Por las características propias de Camilo, su educación  es uno de los temas más debatidos en nuestra casa. No soy de las madres con expectativas académicas inverosímiles, ni de las que decidieron el colegio de su hijo antes de que naciera...pero me tomo en serio su formación entendida en el sentido más amplio: física, intelectual y emocional. Tengo mis debilidades (el tema "alimentación" es complicado de resolver para mí...) y mis fortalezas al respecto. No soy excepcional y ocasionalmente me siento una madre omisa, sin embargo en pocos aspectos de mi vida puedo presumir de tanta concreción y claridad:



Quiero educar un ser humano íntegro: para ser feliz no para el Nobel
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Ahora, si me preguntan qué concibo por "educar para la felicidad", suelto un río de palabras interminable. De pronto, todos los pre-juicios y reparos sobre mi propia educación interfieren en la brevedad elemental del enunciado precedente. No te asustes, no es la idea abrumarte con parrafadas interminables. Llevo cinco años pensando sobre cuáles serían los fundamentos para educar un hijo feliz y luego de darle vueltas al tema, concluyo en cinco pilares que considero esenciales para su crecimiento en armonía:



1- Enseñarle a comprender sus potencialidades y sus límites.

2- Fortalecer su autonomía.

3- Ayudarlo a comprender la diferencia.

4- Motivarlo a empatizar con el otro.

5- Interpretar su entorno.


Notarás que son cinco supuestos educativos muy simples. Ninguna mujer que haya pasado airosa por cuarenta semanas de gestación, varias horas de parto y la convivencia cotidiana con un miembro joven de la especie se atrevería a contradecir que son principios positivos para la crianza. Básicamente, las madres queremos hijos que:


1- Gocen de una sana autoestima.

2- Sean capaces de resolver problemas por sí mismos.

3- Respeten a los otros seres animados del planeta.

4- Comprendan y sientan compasión por su prójimo.

5- Sean capaces de evaluar cuándo una situación supone un riesgo (y cómo actuar ante ella).


Se lee como un gran proyecto. Pues bien, éste va a ser nuestro tema de debate en los próximos lunes de abril. Desde mi perspectiva como madre de un niño demandante y con la esperanza de que la respuesta de otras madres enriquezca el planteo con sus comentarios y experiencias particulares. Porque educar para la felicidad no es privativo de quienes tenemos hijos con determinadas características . En esta entrada, me limito a realizar el esbozo del primer tema. De pronto, porque es el que más me cuestiona personalmente.


1 - Comprender potencialidades y límites.



He podido comprobar que los intensos descubren precozmente su potencial. Y si no lo descubren solitos es probable que su bienintencionado entorno familiar se los haga notar. Aprenden rápido y están acostumbrados a escuchar con frecuencia lo "inteligentes" que son. Discutible es para mí el concepto de "inteligencia" institucionalizado. Realmente, no estoy segura de desear que Camilo sea "inteligente" exclusivamente como se concibe en el uso genérico de la palabra. Lo cierto es que, como tantos otros niños, Camilo creció rodeado de personas que vislumbran en su futuro un premio Nobel. Convivir con una abuela orgullosa de tus logros es más reparador que diez años de terapia. Ya no pongo en duda la sabiduría popular al respecto, no en vano existen refranes que hablan sobre la autoestima y las abuelas. Sin embargo, esta idea indiscriminada y confusa sobre la capacidad intelectual del nieto extraordinario es contraproducente en la mayoría de los casos. De modo que coincidirás conmigo en que:


Afirmar que alguien es "inteligente" no dice nada concreto de su valor en tanto ser humano.


Crecer con la poco específica idea de ser inteligente tiene tantas ventajas como desventajas. Por eso dedico mucho esfuerzo personal a que mi hijo conozca concretamente sus potencialidades y sus limitaciones. ¿Te suena al mismo perro con distinto collar? Puede ser... te pido un voto de confianza porque más allá de la discusión terminológica, no tiene el mismo efecto en la formación de la subjetividad.


Conocer con certeza mis áreas de mayor o menor fortaleza me ayuda a comprender que soy un ser humano que puede -tiene el derecho de- equivocarse y necesita vivir en colaboración con otros, quienes me afirman y complementan.




Sentirse inteligente precozamente  linda ridículamente con la creencia de que "lo sabe todo" a los cuatro años. Percibiéndose autosuficiente en el menos positivo de los sentidos. Obvio que es una observación basada en la crianza de mi hijo y en la lectura de otras experiencias similares a la nuestra. No tengo pretensiones científicas más allá de compartir un tema que me preocupa en tanto madre. Y me preocupa porque considero que no se puede pensar en un niño seguro de sí mismo como si fuera una entidad aislada en el universo. O como si no existieran circunstancias reales en las cuales su mejor esfuerzo individual será insuficiente. Considerando la naturaleza vincular de nuestra existencia, prefiero que mi hijo conciba la necesidad de pedir ayuda cuando sea necesario y más adelante, distinga y confíe en las fortalezas de otro para seguirse enriqueciendo como ser humano.




En la crianza de un niño de alta demanda hay que ser específica en el apoyo verbal. 



No se trata de únicamente de enseñarle a reconocer su propio valor como individuo. Este valor se aprehende no verbalmente con el amor profesado desde su nacimiento. Se trata de descubrir junto a ellos sus cualidades naturales (comprendo la complejidad del adjetivo "naturales") y enseñarles a usarlas en su beneficio y el del mundo que los rodea.



El apoyo bien entendido no se limita a pregonar la inteligencia como fenómeno abstracto. Un buen estímulo es concreto: "estoy orgullosa por la forma en la cual solucionaste esta situación (sea cual sea)"


De la misma forma, siento la necesidad de ser específica con sus limitaciones naturales. Convencidos como están de su "inteligencia" creen tener la posibilidad de resolver operaciones que los exceden (porque son niños, recordemos) y se frustran. De este modo, manejar el umbral de frustración de un niño intelectualmente inquieto -sea intenso o no- es más delicado y serio que fortalecer su autoestima. 


Hay momentos en los cuales nada va a ser más saludable para un niño que frustrase. No hay educación sin frustración de los impulsos elementales.


Y otros, en los cuales el conocimiento de los propios límites, los ayuda a comprender que dar lo mejor de sí mismos no significa ganar, ser los mejores, o recibir aplauso, medalla y beso. No pretendo agotar el tema de la tolerancia a la frustración en este parágrafo. Sin embargo, considero un valor elemental para la vida adulta de mi hijo que aprenda a manejar este aspecto de su personalidad. Sí. Ya lo descubriste: yo misma tengo escasa tolerancia a la frustración. Aprendí a sobrellevarlo a los golpes. Durante años, viví bajo el lema de es perfecto o no es. Y honestamente, no quiero ese nivel de autoexigencia ridícula para ningún niño. Por este motivo considero valioso conocer los alcances y las fronteras de nuestras posibilidades y valorarlos como oportunidades: la oportunidad de hacer y de reconocer cuándo necesitamos que nos ayuden a hacer.



Educar para vivir en comunidad.



Como mencioné, el desarrollo anterior es simplemente un esbozo de mi opinión personal sobre el tema de cómo enseñar a valorar las posibilidades y las limitaciones y porqué prefiero esta forma de estimular al poco concreto acto de alabar la inteligencia individual e indivisa (como si no supiéramos que las inteligencias son múltiples). No es un descubrimiento genial: es la mirada de una madre que espera conocer tu opinión sobre el tema, porque estoy convencida del valor de construir en comundidad. Animate a escribir. Tu opinión importa.