Mi hijo es intenso, ¿y el tuyo?

Mi hijo es intenso, ¿y el tuyo?

Camilo tiene cinco años. Es un niño lúcido, observador y sensible. Tiene un espíritu naturalmente curioso, un deseo constante de aprender y el sano entusiasmo de vincularse con otros niños de su edad. Me sorprende su inagotable capacidad para hacer preguntas, extrapolar aprendizajes y ensayar argumentos que justifican sus actos, sean socialmente aceptables o no. Camilo no permanece quieto y silencioso por más de cinco minutos, excepto que esté dormido o comiendo pastel de carne con pasas de uva.  Sí señora, con pasas de uva. No sé cuál es tu experiencia como madre pero…Mi nombre es Paula y tengo un hijo intenso.

Oda a la intensidad.


Desde el 13 de octubre del 2009 -día en el que decidió nacer- mi hijo no conoce el sosiego. No tengo idea de lo que es un bebé que duerme 14 horas diarias y cuando el pediatra sostuvo que le diera pecho a demanda, seguramente no pensó que un pequeño ser humano pudiera tener tanta avidez de pecho. Y de mundo. Camilo siempre tenía hambre y estaba despierto, moviéndose, intentando comunicarse con las manos, con la mirada, con balbuceos. Levantó la cabeza y la sostuvo erguida antes de lo que es anatómicamente posible, sentando precedente de su necesidad de conocer el entorno y aprehenderlo con los cinco sentidos.  En un mundo de roles y etiquetas, los niños como él escapan a toda rotulación. No son hiperactivos, ni tienen TDA. No son una categoría de la pedagogía infantil. Tampoco tengo la certeza de que sea una característica generacional, aunque cada vez escucho más madres que tienen hijos de alta demanda. En ausencia de una palabra que los defina sin representar un estigma -como me dijo una mamá con conocimiento de causa- son niños intensos.

Movete que me gusta.


Mi hijo es intenso, ¿y el tuyo?

Para las que somos madres primerizas, tener un hijo intenso es una experiencia desafiante. Sin embargo, pude comprobar que el impacto es mayor cuando una madre tiene un primogénito sereno y modoso que la invita a reincidir y entonces…llega felizmente a su vida la dosis de intensidad que le faltaba. Los intensos aprenden rápido, procesan información a una velocidad que sorprende a los adultos y se mueven. Indefectiblemente son movedizos: saltan, corren, trepan, se columpian. Y si son varones, como es el caso de esta servidora, son físicos al extremo. Les atraen las artes marciales, los riesgos. Luchan, disparan, atacan enemigos imaginarios de una rata que habla y educó en los caños a cuatro tortugas transgénicas que tienen nombres de pintores italianos. Promueven el desorden y conviven con él sin inmutarse. Son los únicos seres humanos capaces de dormirse en acción. No leíste mal. La que tiene un hijo intenso sabe que no exagero. La escena se repite noche, tras noche. Una los ve cansados, es evidente el sueño en los ojos pero ellos se niegan a dormir. Dan vueltas, se levantan, piden agua, mimos, un libro y vuelven a negar que tienen sueño. Es entonces que, cuando se encuentra en pleno acto de rechazo a las normas establecidas por la costumbre, se durmieron. Como si la única forma de rendirse al sueño fuese con la misma velocidad que le imprimen a toda actividad cotidiana. Se duermen mientras se niegan a dormirse.

Mamá, estoy aburrido.


Mi hijo es intenso, ¿y el tuyo?

En el piso están desparramados todos los juguetes. En la cama, veinte libros distintos, todos abiertos. Los mira, los toca, los deja…Ninguno es lo que busca. Es una tarde como cualquier otra. Llegamos del jardín, tomamos juntos la merienda, conversamos sobre las cosas que nos pasaron...Mientras respondo un mail, lo observo de reojo y sé lo que se viene:

- Mamá, estoy aburrido

- Gerénciese el aburrimiento hijo.

- Y…qué hago?

- Si yo tuviera esa respuesta, escribiría un libro.

Pausa de dos minutos…

-Ya lo escribiste?

Por esa idealización maravillosa de la que somos sujeto las madres –y de la cual no me oirán renegar- nuestros hijos creen que tenemos respuestas universales a sus necesidades. No esperan las sabias palabras del oráculo, lo que quieren son estímulos inmediatos. Aquí y ahora. Ah…claro. En este momento te estás preguntando quién le dice a su hijo “gerénciese el aburrimiento”. No busques más, por más inverosímil que te suene, yo se lo digo. Obviamente, a esta altura de nuestra relación, Camilo tiene claro lo que significa. No es que sepa semánticamente lo que ser gerente implica, sino que sabe que esa respuesta está ligada a mi negativa de facilitarle estímulos externos. Porque uno de los grandes temas de los intensos es una permanente necesidad de estímulos. Después de cinco años de convivencia y algunos callos en el lóbulo de la maternidad culposa, mi consejo es simple: Madre, déjalo que se aburra. Es sanísimo estar aburrido: fomenta la imaginación. No voy a negar que al principio te vas a sentir miserable, la peor madre del mundo mundial. Te corroe la angustia, negándote a entretener a ese ser que le da significado a tu vida y te mira con ojos de cachorro con hambre. Sin embargo, ese sacrificio inicial supone una liberación para ambos. Y acá es donde surgen mis diferencias con tanto espacio digital dedicado a una maternidad idealizada: yo soy madre, no animadora. Ni financista, ni doctora, ni todo eso que dicen que tiene que ser una madre. Soy una mujer que deseó y tuvo un hijo. Tengo la pura intención de compartir momentos lúdicos con él, pero no tengo instalado un chip de recursos didácticos infantiles para los momentos de ocio. Aunque no me hubiera negado a que me lo instalen durante el parto. Ni el chip ni una lipo son mala idea en caso de cesárea. En fin... ocasionalmente, tengo la energía para improvisar un juego, apelando a la creatividad, a la memoria emotiva o a internet. Ocasionalmente.  Lo usual es que, dependiendo del día y la hora, mis grados de vitalidad, ganas o posibilidades de jugar sean variables. Lo dicho. Cuando el deseo y la voluntad es mutua, jugamos. Ahora, convertirme en la perpetua animadora de un niño no es mi idea de la maternidad. 


Es oro todo lo que reluce.


Mi hijo es intenso, ¿y el tuyo?


No crean que la intensidad es una cualidad negativa en sí misma. Como todas las peculiaridades de carácter en los seres humanos, el grado y el enfoque suelen ser más relevantes que el rasgo en sí mismo. Los intensos requieren de estímulos externos constantes y hay que educarlos para moderar esta necesidad, son incansables, demandantes y por su propia inquietud espiritual, son niños disfrutables al máximo. Se interesan por las tareas creativas y adoran los retos. Será que las madres desmesuradas nos entendemos a nuestra manera con los pequeños intensos...

No creas que voy a permitir que te vayas cabizbaja, sin darte alguna idea de esas que por casa funcionaron. Armada de paciencia y mucho papel de diario, vos y tu hijo pueden:


Jugar con masa de sal.


De pronto podemos compartir ideas. Las opciones anteriores son artísticas porque personalmente juego con mayor naturalidad cuando se trata de crear y experimentar. El proceso de creación implica fomentar la capacidad de liberar la imaginación tanto como de enfocarse en el material con el cual tiene que trabajar. Sin embargo, no creo que sea la única opción. Contame, cuáles son tus estrategias?