Llegan los Reyes Magos.

Llegan los Reyes Magos.

Los últimas semanas de diciembre y las primeras de enero son una perpetua celebración. Reuniones, cenas familiares, regalos. El clima de fiesta nos desborda cuando menos lo esperamos, nos emociona o nos fastidia (efectivamente. Conozco personas que no disfrutan del pan dulce y el brindis) pero en ambos casos, nos reclama. Desde todos los flancos reclama nuestra atención, nos propone que recordemos, que disfrutemos de estar junto a nuestros seres queridos, que realicemos balances de las experiencias personales en el año que culmina, listas de deseos para el año por venir  y que compremos. Especialmente nos reclama que compremos: turrones, electrodomésticos, juguetes, ropa... lo que sea pero que sea nuevo.

Consumir o no consumir: esa es la cuestión.


La oferta comercial es atractiva y dorada. Por todas partes te ofrecen mailings con imágenes de productos interesantes. Y yo me confieso: si hay una publicación a la que no me puedo resistir es a los catálogos de compra. En mi casa los miramos, los desarmamos, los volvemos a armar, se lo prestamos a la vecina, lo comentamos con la cuñada, hacemos anotaciones mentales de compras hipotéticas para navidad y los Reyes magos.. Por que cuando en una casa hay niños, no solo somos testigos de su ruidosa expectativa, de la ansiedad con la cual esperan que sus deseos se cumplan sino que somos protagonistas de, por lo menos, una tarde maratónica de compras. Tengo un hijo, sobrina, ahijados... escribo desde la experiencia. Porque una puede ser la primera adepta a una vida frugal y simple, pero mi hijo de cinco años espera a los Reyes. Y cuando le expliqué que lo importante es estar juntos y disfrutar lo que tenemos, me miró asombrado para afirmar:

- Pero vos no entendés mamá. Papá Noel y los Reyes no compran. Hacen. Y les encanta regalarles a los niños.

Traslación literal de sus palabras luego de ver una que otra escena de película navideña, de esas que abundan en los días previos al 25 de diciembre. Y mientras me imagino miles de duendes de rasgos orientales fabricando Transformers, no puedo menos que asentir a su convencimiento. Si Papá Noel dedica su vida a hacer juguetes para los niños del mundo, es casi una ingratitud no escribirle una carta pidiéndole alguno.


Los Reyes Magos son tres: traen más regalos.


Mañana es el día de Reyes, una fecha que en mi familia tiene menos trascendencia que Navidad, aunque no por eso pasa desapercibida. Los esperamos entre la playa y los cerros, viviendo la felicidad de hijo y sobrina correteando en búsqueda de pastos ideales para camellos cansados de viajar. Y obviamente, van a traer regalos. Sin embargo, el cierre de la gran campaña publicitaria de fin de año, me obliga a la reflexión. Si estás de vacaciones es el momento para acomodarte en la silla playera y considerar si querés seguir leyendo. No estoy segura de que sea el momento más propicio para reflexionar sobre la forma en que te relacionás con el consumo responsable. Si no tenés todavía esos días de descanso, aprovechá la diáspora vacacional y el silencio veraniego de las ciudades casi desiertas para dedicarle cinco minutos a leer La Desmesurada. No es que vaya a escribir un secreto que me fue revelado luego de arduos ejercicios de meditación. Ni vengo de siete años en el Tíbet. Lo que tengo es una pregunta. Me pregunto si es necesario. Es necesario tanto despliegue? Es necesario comprar tantos juguetes? Si algo me enseñaron cinco años de maternidad primeriza es que los juguetes tienen una vida útil muy corta: el plástico se quiebra fácilmente, las pilas alcalinas eventualmente se acaban -afortunadamente madre- y el exceso aburre. Si no estás convencida de mi afirmación, pensá cuántas veces viviste esta situación: 

Tu retoño, que es único hijo, sobrino y nieto, recibió cientos de regalos hermosos de una familia que lo adora. Los mira, se desespera, quiere abrirlos todos. Nos maravillamos del asombro que le brilla en los ojos... pero a los cinco minutos está jugando con la caja de cartón de la mega mesa de actividades Fisher Price, el papel de regalo de la Barbie o una botella de plástico que nos olvidamos sobre la mesa. 

Te suena? A mí sí. Y aunque hace tiempo comprendí que no puedo controlar lo que le regalan a Camilo, puedo reflexionar sobre lo que compro.  No existe un secreto celosamente guardado por la cofradía de madres sabias. Me limito a la más obvia de las verdades: lo que entretiene no son los juguetes sino jugar. Observo a Camilo que lanza repetidamente una tapa de helado como si fuera un disco o a Paulina, que baila al ritmo de las música cantada por sus padres y tengo la certeza de que lo esencial es jugar, no tener juguetes. Y esto no es para que las madres lectoras experimenten culpa de comprar regalos poseídas por el amor a sus hijos sino para que la próxima vez, antes de comprar, se tomen un segundo para pensar que frustrar una expectativa es abrir una oportunidad. La oportunidad de usar la imaginación sin depender de objetos sofisticados. O vos te traumaste por no tener un pony? 


Vivir frugalmente.


Desde que nació Camilo quiero vivir más simple. Más ligera y frugalmente. En ocasiones, quisiera encontrar la mejor forma de compartir una vida familiar sin excesos porque no está en mi naturaleza ser mesurada, por si no advirtieron el título de este blog. Por este motivo busco, investigo, pregunto y cuando encuentro respuestas sensatas, o re-descubro el sentido común que perdí, quisiera compartirlo como lo hice con nuestra decoración para navidad o los DIY frugales inspirados en la fiesta de enlaces de Colorín Colorado. 

Así que, si te interesa el empeño por una vida exageradamente simple, te invito a reflexionar juntas en una nueva categoría de desmesuras: Vivir frugal,  un espacio para compartir todo lo que voy aprendiendo para controlar excesos y vivir más livianos cuidando lo que verdaderamente importa cuidar y teniendo lo que realmente se necesita tener.