Torta escenográfica.

Torta escenográfica.

Después del tour-de-force que significó el cumpleaños de Camilo el año pasado, para festejar el primer lustro de vida del pequeño, decidimos simplificar: salón con animadores y nada de excesos... Claro que en mi familia, "evitar" los excesos y la presencia masiva de adultos es una misión diplomática de la envergadura de las Misiones de Paz. Frente al dilema de a quién invitamos y con qué criterio, la respuesta de mi no-marido fue: "La sangre Paula, el criterio es la sangre." Con tono solemne y parafraseando a su suegra, que tiene raíces mediterráneas y un concepto mafioso de los lazos de sangre digno de "El Padrino". Claro que con esa respuesta una no sabe si la sangre es un criterio biológico o una premonición lúcida del suicidio en masa cuando todas las italianas de la familia -entre las cuales se va diluyendo la sangre- se enteren que no están invitadas al cumpleaños del sobrino nieto.

Torta escenográfica.

No les voy a mentir, por momentos me sentí tan presionada que fue como vivir en los años de la ley seca. Pero, después de mucho tironeo y varios patatuses, nadie se inmoló por esta causa y el cumpleaños fue un cumpleaños de niños. Como debe ser. 

Torta escenográfica.

Considerando que los niños tienen gustos simples, decidimos reducir a lo básico todos los ítems, entre ellos, la torta. Merengue y dulce de leche suele ser un clásico. Sin embargo, también suele ser muy "sin gracia". Entonces, después de buscar y buscar en decenas de blogs, me decidí por decorar la mesa con una torta escenográfica. Hecha con los materiales que tenía a mano: tela y papel. Y no les voy a decir que fue la novena maravilla del mundo, pero Camilo estaba fascinado con su "torta imaginaria". El merengue se hizo presente solamente para el momento de soplar las velitas y servir.

Torta escenográfica.

Y así, sin demasiadas complicaciones y con un cumpleañero feliz entre sus amigos y primos, llegamos a los cinco años de padres. Todo un reto.